La carta que Pedro Sánchez publicó en X el miércoles pasado me ha hecho recordar la escena de la película The Party (El guateque, en España), en la que Peter Sellers interpreta a un soldado que no deja de tocar su corneta a pesar de recibir infinidad de disparos que deberían ser mortales. Cuando parece que por fin una última bala acabará definitivamente con su vida, Peter Sellers una y otra vez revive para hacer sonar la corneta aún con más fuerza.
Me viene a la memoria esta escena por lo obvio: la inaudita capacidad de supervivencia de Sánchez, algo que a estas alturas es difícil que se le discuta. Pero aún me parece más interesante la similitud tragicómica. Porque Sánchez, igual que el personaje que interpreta Peter Sellers, está tan imbuido en su papel, en su interpretación del heroico presidente asediado por la fachosfera, que está alcanzado unas cotas de lo absurdo que ni Peter Sellers soñaría.
La escena de la corneta es cómica porque, al fin y al cabo, The Party es una comedia. Pero incluso una comedia debe cumplir unas reglas cinematográficas que el buen sentido de los guionistas y directores suele respetar. Sólo las películas que podemos calificar de malas se atreven a ignorarlas. Esto mismo puede trasladarse a la política. La política puede tener mucho de impostura, de juego de apariencias y mentiras con las que el político aspira a salirse con la suya. Pero alejarse por completo de cualquier sentido de lo verosímil convierte la política en algo peor que una comedia: la reduce al absurdo.
Sin embargo, Pedro Sánchez no ha reducido la política española al absurdo porque sea necio. Lo ha hecho con toda intención. Sabe que en un sistema político tan degradado como el nuestro su proverbial inmortalidad depende precisamente de pulverizar lo verosímil, para así trasladar la política a un universo absurdo donde arriba pueda ser abajo y abajo, arriba; la verdad, mentira y la mentira, verdad, a voluntad. No en vano Jean-François Revel nos advirtió que, si bien la democracia no puede sobrevivir en la mentira, la tiranía no puede sobrevivir sin acabar con la verdad.
Es en ese universo caótico donde arriba es abajo y abajo, arriba, en el que Sánchez puede imponer su regla favorita: el nosotros contra ellos. La estrenó con éxito contra su propio partido, cuando tras salir trasquilado por intentar dar un pucherazo en el Comité Federal, regresó galopando a lomos de este principio. Ahí recurrió por vez primera al nosotros contra ellos para lograr que la militancia socialista ignorara la catadura moral de quien había ocultado las urnas detrás de unas cortinas y arremetiera con vehemencia contra la vieja guardia socialista. Desde entonces, Sánchez ha recurrido constantemente al nosotros contra ellos para salirse con la suya.
«Da igual el atropello, la infamia o lo mostrenca que sea la mentira: todo se dirime en función del nosotros contra ellos»
Para ser justos, el «nosotros contra ellos» no es una invención de Sánchez, en realidad tiene su origen en el partidismo rampante que desde hace tiempo nos asola. Sin embargo, la habilidad de Sánchez para reducir la política al absurdo le ha permitido llevarlo hasta sus últimas consecuencias, de tal suerte que ya nada puede sustraerse a la capacidad de tracción de este principio. Da igual el atropello, la infamia o lo mostrenca que sea la mentira: todo se dirime en función del nosotros contra ellos. Así, la corrupción, la malversación, el tráfico de influencias, el clientelismo o el abuso de poder se convierten en decisiones facultativas; en desmanes que pueden ser legitimados… si los cometen los nuestros.
Lo que Sánchez tenga preparado para después de su carta sólo lo sabe él. Los demás, si acaso, podemos especular. Incluso es posible que ni él lo sepa todavía. Quizá simplemente sea uno de esos golpes de efecto con los que acostumbra a romper el ritmo de los acontecimientos, distraer a la opinión pública y recuperar la iniciativa mientras piensa la siguiente jugada. Porque Sánchez, además de un mentiroso compulsivo, es un improvisador nato.
Sin embargo, más allá del contenido literal y del momento escogido para publicar esa carta, hay un aspecto fundamental en ella que no augura nada bueno. Este aspecto es la apoteosis del nosotros contra ellos. Sánchez no ha escrito una carta: ha tocado a rebato. Ha hecho una llamada a la movilización general no ya contra la fachosfera, que se le ha quedado pequeña, sino contra la galaxia digital ultraderechista. Y parece estar surtiendo efecto, a juzgar por las reacciones que ha provocado. Algunas especialmente inquietantes por cuanto le animan no ya a resistir, sino a tomar el control de forma expeditiva tanto de los medios de información críticos como del gobierno de los jueces.
«Deberíamos haber aprendido a estas alturas que con Sánchez lo peor siempre es cierto»
Sin embargo, para el Partido Popular, que parece incapaz de ver más allá de sus narices, la carta no es más que una triquiñuela para forzar el repunte del voto socialista en las elecciones catalanas, toda vez que Sánchez ha olido la sangre en las recientes elecciones vascas, porque digan lo que digan en el PP, más allá del auge de Bildu, el resultado ha sido bueno para Sánchez y malo para el PP. Pero se me antoja poco incentivo para que el presidente nos haya regalado una misiva tan incendiaria. No es descabellado pensar que Sánchez vaya, como acostumbra, un par de jugadas por delante de sus adversarios; es decir, que contemple un buen resultado en las elecciones catalanas como una pieza necesaria pero que este no sea el objetivo último de su carta.
Sea como fuere, una vez que el principio del nosotros contra ellos se ha impuesto no ya a cualquier sentido de la verdad, sino al propio instinto de supervivencia de la sociedad española, lo que debería preocuparnos no es lo que el presidente pueda hacer, sino la extrema debilidad en que se encuentra todo lo que está más allá de él y sus aliados. Parafraseando al capitán Miller en Salvar al soldado Ryan, hemos cruzado una extraña línea a partir de la cual cualquier cosa es posible. Y si algo deberíamos haber aprendido a estas alturas, es que con Sánchez lo peor siempre es cierto.